para evitar convertirme en la estatua de sal de mi pasado.
No resulta nada fácil,
hacer oídos sordos y aguantar la congoja
cuando te imploran,
una y otra vez,
que no abandones el hogar.
El bendito hogar.
una y otra vez,
que no abandones el hogar.
El bendito hogar.
Andaré hacia donde mis pies me guíen,
doloridos únicamente
por las certidumbres sufridas antaño.
Pero de ninguna manera volveré a mirar atrás,
ni me arrepentiré de no echar guijarros
que me faciliten el camino de regreso,
por los caminos polvorientos por donde pase.
por los caminos polvorientos por donde pase.
Abandonaré todos los testigos de mi vida,
todos los apoyos y anclajes
que me sirvieron de salvación y sosiego,
para así deambular solo
y ocupado por renovados pensamientos.
Y me acompañará el mar,
la luz, los pájaros, las nubes y las sombras
del día y de la noche.
Sólo y caminando hacia el infinito terrestre
que me conduce a todas las direcciones posibles.
Y espero tener la precaución
de no dejar huellas a mi paso
para no poder cambiar de opinión,
porque siempre puede haber un coro trágico
que me diga las verdades a golpe de sensatez
o una Casandra que vaticine peores presagios
y me despierte la tentación de volver.
Porque siempre me avergonzaría
de regresar al núcleo afectivo y protector,
como el cobarde y fracasado hijo pródigo
que nunca debió marchar
tras los pasos de su angustia.

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